miércoles, 15 de diciembre de 2021

ES UN DÍA NUEVO PARA THE NEW YORKER Parte 1

 The New Yorker ha sido leído por gente de las clases media y alta, de todo el mundo, y ha sido fuente confiable, desde 1925, que presenta una lista semanal de acontecimientos de actualidad: conciertos, obras musicales, obras teatrales y presentaciones de invitados.

Es famoso por su sentido satírico, sus sesudos editoriales y sus incisivas caricaturas. Sin embargo, hacia finales de los años ochenta, la querida revista tuvo que someterse a cierta cirugía.

-The New Yorker perdió su chiste, afirma Jann Wenner, editorialista fundador de Rolling Stone y Men's Journal. Incluso las caricaturas perdieron su chiste.40

Llamada "la revista de los viejos" por los editores de revistas de la competencia, The New Yorker tenía un público que estaba envejeciendo. La cantidad de lectores y suscripciones había bajado y la cantidad de anuncios se había reducido a niveles peligrosos.

El que fuera orgulloso príncipe de las publicaciones para las clases altas estaba al borde de la pobreza.

Entonces llegó Tina Brown, que intervino para resucitar al moribundo artefacto de tiempos idos.

Brown, como editora en jefe de Vanity Fair, fue la responsable de exhibir a una Demi Moore desnuda y embarazada en una portada de 1991. Cuando tomó el timón de The New Yorker, el miedo a un exceso de cambios e innovaciones cimbró a la industria editorial; había escepticismo y preocupación por el tipo de huellas creativas que dejaría Brown.

No cabe duda que Brown se ha ganado la fama de fuerte, ambiciosa, controladora e, incluso, desaforada.

-Es dominante, dice una ex subalterna. Le teníamos mucho miedo. No es una persona fácil de querer. Es corrosiva, franca y no se detiene ante nada para salirse con la suya.41

Sin embargo, también se le acredita ser una astuta editora, con notable inspiración, que no se rindé ante las críticas. Antes de entrar a The New Yorker, era reconocida por haber cambiado otras dos revistas: The Tatler, cuya circulación cuadruplicó, y Vanity Fair, de la cual hizo una revista "caliente".

Hace varios años, cuando le preguntaron a Steven T. Florio, presidente de The New Yorker, que quién era el mejor editor de Estados Unidos, su respuesta fue decidida: Tina Brown, a la sazón editora de Vanity Fair. ¿Por qué?

-Porque puede poner la oreja en la vía y escuchar el ruido mucho antes de que aparezca el tren, comentó Florio.42

Nadie sabe qué ruidos ha escuchado desde que se hizo cargo de The New Yorker, pero todo el mundo puede ver los resultados. Entre las medidas más controvertidas de Brown está la desaparición del viejo símbolo de la revista, el refinado y aristocrático Eustace Tilley, de la portada del número de cumpleaños de febrero de 1994, que había adornado año tras año.

(Su figura sigue apareciendo en todos los números, sobre el contenido y "The Talk of the Town".)

En su ausencia -por primera vez desde la fundación de la revista en febrero de 1925-, en la portada, aparece alguien que parece un descendiente de Tilley, apenas reconocible, con una gorra de beisbol al revés y una camiseta.

-Sólo está tomándose unas vacaciones por cumplir 69 años -explica Brown. Cuando cumpla 70 volverá con toda su gloria.43

En ¡general, los cambios editoriales de Brown representan, como dice ella, "un patrón para reinventar y recrear a The New Yorker, al mismo tiempo que lo más importante permanece intacto".44 Sus modificaciones han abarcado muchas áreas. Por ejemplo, en seguida incluyó colores y fotografías para reforzar el atractivo estético y visual de la revista. Además, contrató a Richard Avedon para que hiciera provocadores retratos de personajes como Audrey Hepburn, Rudolf Nureyev, Alger Hiss y Edward Gorey. Ahora, los nombres de los autores de los artículos aparecen en la cabeza, y no al calce, y se han cambiado, eliminado y creado departamentos. Ahora, la revista se imprime en papel más grueso y las letras son mayores y más fáciles de leer. Es más, Brown ha incluido una columna nueva de "Cartas al The New Yorker".

-Era la única área que consideraba que podía conservarse dentro de la tradición de la revista, comenta Brown. En el mundo actual, un lugar al que puede escribir la gente, a dónde pueda quejarse y donde pueda tomar partido con la revista, resulta muy importante. Si los lectores sienten que no tienen ese recurso, se enojan y piensan que somos arrogantes.

Según Brown, el desafío estaba en producir cambios en la revista, sin perder las cualidades que la hacían ser The New Yorker.

-El reto era modernizarla, dice Brown, al mismo tiempo que se conservaba su prosapia, sin perder el sabor ni el valor de lo que la hacía una gran revista.

Además, era importante actualizar la revista.

-Había pasado de ser despegada a estar desinteresada, que no es lo mismo, explica Brown. En los años ochenta, The New Yorker no incluía a Milken, no incluía a Boesky; como que ignoraba el mundo increíble de los ochenta, que estaba ahí para escribir sobre él y donde podría haber echo algo para ayudar a estallar algunos de esos globos. Los escritores estaban persiguiendo sus propios intereses arcanos, al punto donde en realidad resultaba bastante arrogante.

Tina Brown

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